“Los 50 años son para agradecer y mirar cuánta presencia de Dios hubo en mi vida”
En el marco de la conmemoración de sus 50 años de vida religiosa, la hermana Marta Allaltuni compartió un profundo testimonio personal, marcado por la gratitud, la fe y el repaso de una historia atravesada por desafíos, servicio y compromiso con la comunidad.
“Creo que me encontraste en el mejor momento de mi vida”, expresó al comenzar la entrevista. “Cincuenta años es un montón, y con honestidad casi se me pasaron de largo. Uno vive el día a día y se olvida de los hitos, hasta que de pronto decís: el 18 de diciembre cumplo 50 años y tengo que festejarlo”.
Ese festejo estuvo precedido por una dura prueba de salud: una neumonía que sorprendió incluso a quienes estaban más cerca. “Son esas cosas que Dios te sacude. Justo ahora, pensaba. Le pregunté al doctor si podía seguir adelante con el festejo y me dijo que, aunque asistida con oxígeno, podía estar. Entonces la fiesta siguió adelante gracias a la familia y a quienes se pusieron todo al hombro. Fue una fiesta espectacular”, recordó.
Tras ese momento, la reflexión fue inevitable: “Cuando terminó la fiesta pensé: mirá lo que me hizo el Señor. Me acostó y me levanté solo para disfrutar. A veces me pesa lo de la pierna, pero después de quejarme pienso que debería ser una acción de gracias diaria: puedo caminar, puedo manejar, estoy viva. Esa caída pudo haber sido mucho peor”.
En ese repaso vital, la hermana Marta subrayó la importancia de reconocer la presencia de Dios en lo cotidiano: “A veces creemos que Dios no viene y no te dice qué hacer, pero está, y te lo muestra de maneras increíbles. Solo tenemos que prestar atención. El día que me caí estaba el médico en la localidad, estaban las personas justas. No están siempre. Todo tiene un porqué”.
El origen de una vocación
Al recordar el nacimiento de su vocación religiosa, volvió a su infancia en Maquinchao, marcada por la presencia de sacerdotes y religiosas franciscanas. “Mi vida estuvo atravesada por los franciscanos y por el trabajo que hacían. Después vine a Bahía Blanca, tras la muerte de mi mamá cuando yo tenía siete años, y seguí en contacto con las hermanas”.
Esa experiencia personal la llevó a encontrar su lugar en el acompañamiento de niñas: “Haber perdido a mi mamá me marcó. Sentí que este era mi lugar, acompañar a chicas que, aun teniendo mamá, no la tenían”.
Ingresó a la vida religiosa a los 17 años, con la idea clara de ser cocinera y sin intención de estudiar. “No quería estudiar, y lo dije. Pero la madre provincial era una mujer firme. Me dijo: ‘¿Estudiás o te vas?’. Nunca más dije que no quería estudiar. Ese fue un hito en mi vida”.
Llegada a Tornquist y el crecimiento del colegio
La llegada a Tornquist se concretó el 15 de febrero de 1991, luego de que se buscara una comunidad religiosa para continuar la tarea educativa. “Aceptamos la propuesta y llegamos. Siempre digo: ‘Mostrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te voy a mostrar mi fe’”.
Desde entonces, el crecimiento del colegio fue sostenido y colectivo. “Cuando uno vive en el lugar no siempre dimensiona lo que hay. Hoy, al entregar el colegio, uno mira y dice: ‘Dios mío, todo lo que se hizo’. Desde lo edilicio, lo tecnológico y, sobre todo, desde el compromiso de los docentes”.
También destacó el acompañamiento del Estado local: “Nuestra realidad económica cambió cuando asumió “Pino” (Bordoni) en la Municipalidad. Hubo un compromiso real con la educación y la salud. Tener terapia intensiva en Tornquist, no tener que ir a Bahía, es algo extraordinario”.
Anécdotas y comunidad
El relato estuvo atravesado por anécdotas que reflejan el compromiso de la comunidad: vecinos que trabajaron sin cobrar, obras que se inauguraron en medio de dificultades, soluciones que parecían imposibles y aparecieron a último momento. “Siempre hubo equipos que trabajaron por compromiso, no por lo que se les pagaba”.
“Podría escribir un libro de anécdotas”, dijo entre risas, y volvió a remarcar una idea central: “Siempre sentí la presencia viva de Dios en cada momento de mi vida”.
Un mensaje final
Ya en el cierre, la hermana Marta agradeció a la comunidad de Tornquist en su conjunto: “La generosidad de la gente es extraordinaria. Cada beneficio, cada propuesta, siempre tuvo respuesta. Todo lo que se colaboraba se veía, y eso sumaba más gente”.
Pidió perdón a quienes pudo haber herido en el camino y dejó un mensaje claro: “No hay que perder nunca la confianza en Dios. Levantarse cada día y agradecer. Dormir tranquilo, con la conciencia tranquila, es el mejor regalo”.
“Me dolió muchísimo entregar el colegio, pero hoy puedo decir: gracias, Señor. Fue en el momento justo”, concluyó, antes de dejar una invitación final: “Aprendan a perdonar, a perdonarse. Y no dejen que el Niño Dios se vaya del corazón”.
La entrevista cerró con una bendición franciscana y un agradecimiento especial: “Gracias por estar siempre. Que el Señor los bendiga y les conceda la paz”.
